domingo, 27 de agosto de 2017

Cap. 6: Un color muy tenue




Y en el medio de todo el caos, de todas las incertidumbres y los miedos, pasó lo que tenía que pasar. Algo que se venía madurando casi desde la infancia de los dos, impedido primero por una hermana mayor con preferencia de elección, y luego por los hecho aberrantes que se sucedieron; sumémosle la proverbial timidez e introspección de Lucius Hunt, y con eso tenemos más que suficiente para que el asunto pudiera quedar sepultado, abandonado, quizás para siempre. Pero no: al final pasó lo que tenía que pasar.

Tres días antes del que pretendía salir de la Aldea para atravesar el bosque con o sin autorización del Consejo, Lucius se sintió impelido a vigilar la casa de Ivy durante la madrugada. Se ubicó en el porche, justo delante de una de las ventanas. Era una noche fría, de niebla cerrada, y la luna apenas iluminaba desde un rincón difuso, dándole a toda la escena una iluminación  irreal. Propicia para que pasen cosas extraordinarias. Al poco rato, escuchó crujir suavemente las tablas del piso y abrirse la puerta en un susurro. Ivy estaba afuera, y la luz de esa noche la hacía aún más hermosa si fuera posible. Parte de la cara quedaba a oscuras, pero los bucles rojizos refulgían. Tenía una expresión de seriedad en la cara, desmentida por la semisonrisa con que caminó hasta donde se hallaba Lucius. Se sentó a su lado, e inmediatamente comenzó a hablar en voz muy baja, sin siquiera saludar.

-     -  Lucius. ¿Quieres saber cómo supe que eras tú? – no esperó ninguna respuesta - Porque algunos despiden un color muy tenue, que puedo percibir. Mi padre también lo tiene, pero es otro color. No voy a decirte cuál es el tuyo. Es inútil que insistas…Es impertinente que preguntes y no dejes hablar a la gente.

Aguardó un momento, y cómo Lucius continuaba callado, la sonrisa de Ivy aumentó. Pero siguió hablando, fingiendo una seriedad que escondía su alegría por encontrar a Lucius en su porche.

-      - Claro que sí, tonto: estaba durmiendo. ¿Es que no puedes preguntar nada coherente?  Pero escuché ruidos y estaba casi segura de que era tu forma de moverte. Cuando vi tu color lo confirmé: deja de preguntar, no voy a decirte cuál es…

Al cabo de un momento agregó:
-      ¿Y qué haces a esta hora en mi porche, Lucius Hunt?

Lucius esperó un segundo para comprobar  si Ivy realmente iba a escuchar su respuesta, o iba a seguir hablando sin parar. Como Ivy aguardaba expectante, tomó aire y dijo en voz muy baja y lenta, en contraposición al torbellino de Ivy:
-      
- Estoy en tu casa, Ivy Walker, porque están pasando cosas extrañas y malignas, y no podía dormir pensando que estabas en peligro.
A pesar suyo, Ivy se ruborizó y debió bajar la cara. Dijo en un susurro de súbita timidez:

-      Hay muchos porches que proteger – Ahora lo miró a la cara, adonde sabía que estaban los ojos de él, y volvió a su manera desinhibida y a su tono de voz - ¿Te importo, Lucius Hunt? ¿Mucho? ¿Pero no puedes decirlo sencillamente, como yo? Porque tú sí me importas y desde hace mucho, ¿sabes? Y me gustas… mucho también… Hay algo…un recuerdo:  cuando éramos niños solías tomarme de la mano, hasta que un día dejaste de hacerlo: a veces uno no hace justamente lo que quiere hacer, para que nadie se de cuenta de sus sentimientos. Una vez fingí tropezar delante tuyo,  y me dejaste caer. Así de terco y cerrado eres. Yo no tengo problemas en decir casi todo lo que siento, y a veces importuno a la gente, pero tú eres diferente, casi no hablas y luego, una noche, estás en mi porche, cuidándome…

Noah Percy, el joven desequilibrado, el amigo especial de Ivy, despertó de pronto. Escuchó un momento sin moverse, y comprobó que nada extraño sucedía. Sin embargo, se sentía intranquilo. Algo no iba bien en la Aldea. Esperó a oír la campana del vigía advirtiendo sobre una irrupción de los Innombrables, pero al cabo de diez minutos de absoluta calma, de durmió nuevamente.

-      Por otro lado – siguió Ivy, incapaz de callarse – si no decimos las cosas los demás no se enteran. Creo que eres muy valiente al haberte ofrecido para cruzar el Bosque. Y sé que lo harás aunque el consejo no lo apruebe. ¿Por eso estás aquí, Lucius? ¿Es tu forma de despedirte? Si estás de acuerdo cuando regreses nos casaremos. ¿Bailarás el día de nuestra boda, Lucius Hunt?

A pesar de la catarata de noticias y preguntas inconexas, esta vez Lucius contestó enseguida, y fue más allá de una respuesta, casi como una catarsis:

-      Todos me están pidiendo siempre que hable, que diga lo que pienso. ¿Qué ganaría con eso? ¿Por qué no me dejas guiar cuando quiero hacerlo? ¿Por qué no dejas que hable cuando pueda, simplemente?  ¿Qué ganaría contándote que pienso en ti desde que me despierto, que a veces me cuesta hacer mi trabajo por estar pensando en ti? ¿Cambiaría algo si dijera que estoy en tu casa, vigilando, porque lo único que me atemoriza es que te pase algo a ti, Ivy Walker?  Puedo soportar casi todo el resto, pero si te ocurriera algo creo que me…aniquilaría.

Ivy escuchaba en silencio, los hermosos ojos azules muy abiertos. Casi no podía creer lo que escuchaba y el corazón le latía con fuerza. ¿Realmente Lucius Hunt estaba dando semejante discurso? ¿Dijo que pensaba en ella desde que se despertaba? Hizo un gesto de cerrar fuertemente la boca, para evitar interrumpirlo.

-      Recuerdo – dijo Lucius - cuando podía tomarte de la mano y recuerdo cuando no pude tocarte más. Me dolía tenerte cerca y no poder… no poder…  Lamento haber tenido que rechazar a tu hermana, estuve a punto de aceptarla por gentileza, por cariño, por timidez…. Porque creí que nunca podría decirte que te amo, Ivy Walker… Y porque es cierto que en tres días cruzaré el bosque y tal vez no regrese nunca.

Lucius. Ahora Noah estaba seguro de que el problema era Lucius Hunt. Algo tramaba. No confiaba en Lucius, aunque había perdido el recuerdo de por qué, de algo qué pasó entre ellos cuando eran chicos, algo que lastimó a Noah. Pero no confiaba en Lucius y Lucius estaba tramando algo que lo lastimaría nuevamente. Se paseó nervioso por la habitación.

Extrañamente, la locuaz Ivy Walker había perdido el habla. Lucius Hunt la amaba y había sido capaz de decirlo. Ivy podía jurar que nunca se había sentido así, si fuera capaz de describir cómo se sentía: era como flotar en una nube de dicha y al mismo tiempo no poder moverse del lugar. Era como ser testigo de algo muy frágil, como un sueño, y preguntarse si en realidad no lo sería. Y era el temor de despertar del sueño lo que la mantenía callada e inmóvil, hermosa como nunca, sonriente sin darse cuenta, temblando sin notarlo.

Lucius dijo, a modo de conclusión:

-      Y sí, bailaré el día de nuestra boda, Ivy Walker.

El cielo se oscureció de pronto, pero ambos sabían que nunca estaba más oscuro que antes de amanecer. Lucius la tomó delicadamente de la cara, sin hacer ningún esfuerzo por acercarla a él. A Ivy le pareció que el tiempo se detenía. Ahora podía sentir también el corazón de él: palpitaba en su mano. Estuvieron así un rato, como si el tiempo se hubiera detenido, hasta que muy lentamente sus cabezas se acercaron y sus labios se encontraron. Fue un beso muy dulce y largo, tanto, que cuando se separaron un insidioso rayo de sol ya intentaba obcecadamente abrirse paso a través de la niebla.

Al día siguiente, por la tarde, antes de la hora en que debían comparecer ante el Consejo, lo primero que hizo Ivy fue contárselo a Kitty, su hermana mayor rechazada por Lucuis. Y no sólo contarle sino asegurarle que sin la bendición de su hermana, no aceptaría a Lucius por mucho que sufriera; que un amor no debe alimentarse del dolor de otro amor, y ella amaba a su hermana. Pero Kitty no sólo le dio su bendición sino que le deseó que fuera tan feliz como ella era ahora, que finalmente se había casado con Finton Coin. Ambas lloraron de alegría, mientras en el Consejo se llevaba a cabo el interrogatorio para ver si alguien, cualquiera, podía aportar datos que aclararan los sucesos de los últimos tiempos. Ivy y Kitty también debían comparecer ese día, e inexplicablemente el rumor de su romance con Lucius ya circulaba, velozmente. Tal vez fuera la simple intuición de la gente; tal vez un desvelado los había visto en el porche. Tal vez al ver salir a Ivy de su casa, su cara lo decía todo.

Ivy no podía verlo, pero Kitty se lo comentó:

-      Te miran como si en lugar de ir a declarar al Consejo fueras a la Iglesia a casarte. ¿Dices que soy la primera en enterarme? Pues te aseguro, hermanita, que por la forma en que te sonríen los que pasan ya toda la Aldea está al tanto. Y se alegran por ustedes.

A Ivy se le llenaron los ojos de lágrimas, mientras caminaba muy lentamente del brazo de Kitty. De repente el interrogatorio, los animales desollados, los Innombrables…todo parecía lejano y sólo la dicha la hacía erguirse como si un viento cálido la llenara y hasta amenazara con hacerla salir volando.

Regresa pronto, Lucius…No puedo evitar que te vayas, que cumplas tu Destino, pero vuelve rápido a mí. Ya no sé… no sé cómo estar sin ti…

La señora Talbot, la que engullía su mejor chocolate a solas, por las noches, se les acercó con un paquete:

-      Niñas, les traigo un chocolate que guardo para ocasiones especiales. No es que ésta sea una ocasión especial – miró interrogativa y alternativamente a Kitty y a Ivy. Ambas sonreían, pero no dijeron nada -, digo, nunca se sabe cuándo un día se convertirá en una ocasión especial. Pero quiero que lo prueben hoy y me digan lo que opinan, ¿vale?
-      Lo haremos, Marie – dijo Ivy con una gran sonrisa – y seguramente tu chocolate convertirá el día en especial. ¡Gracias!

Las hermanas siguieron caminando muy lentamente, y Marie Talbot sonrió porque el rumor era absolutamente cierto: Ivy refulgía de alegría.

En ese momento, Noah Percy encontró la puerta del taller de Lucius abierta y entró decididamente. Lucius advirtió el nerviosismo de Noah y supo inmediatamente de qué se trataba: Noah se había enterado de su romance con Ivy. Cometió el error de darle la espalda un segundo y cuando giró, para hablarle como a un hermano menor, sintió el ardor en el estómago del gran puñal que Noah había hundido hasta el mango.


Cayó, y Noah volvió a apuñalarlo a la altura del pecho.



domingo, 20 de agosto de 2017

Cap.5: Más allá de los Postes Amarillos




-      Yo lo inspeccioné: tenía la cabeza vuelta hacia atrás y le habían quitado mucho pelaje – dijo la niña rubia de la primera fila.
-      Ahá…

El maestro Edward Walker había hecho entrar a los niños que encontraron el perro desollado, pero era imposible continuar con una clase normal. La aprovecharía, entonces, para conocer los sentimientos de los niños, y para ver hasta qué punto tenían presentes las enseñanzas.

-      Lo asesinaron – dijo un niño de las últimas filas.
-      Concuerdo con eso – dijo el maestro – Pero… ¿quién es el culpable, quién cometió esta atrocidad?
-      Los Innombrables lo mataron – dijo la niña de la primera fila.
-      ¿Por qué piensas eso? – dijo Walker señalándola con el índice, alentándola.
-      Ellos comen carne – dijo otro niño desde atrás. De a poco se iban animando a hablar todos, y todos parecían coincidir en que el ataque había sido hecho por las Criaturas del Bosque.
-      Y tienen garras enormes… - completó con timidez un niño del otro lado del aula.

Conque la idea había sido expuesta y la mayoría reaccionaba de acuerdo a las lecciones aprendidas. Walker, satisfecho, pensó que era un buen momento para recordar las enseñanzas completas, a fin de quitarles un poco (sólo un poco) del miedo que ahora sentían.

-      Niños… - dijo calmadamente Walker, como eligiendo las palabras. – Hace mucho que existe un Pacto entre nosotros, la gente de la Aldea, y Los Innombrables, que son las criaturas que habitan (y a las que les pertenece) todo el enorme bosque que rodea la Aldea. Todo Covington es suyo por derechos ancestrales.

Hizo una pausa y un amplio gesto con los brazos formando un enorme círculo,  para que los alumnos tomaran cabal idea del bosque, que rodeaba la Aldea como en un abrazo sensual, primitivo, total, pero que no carecía de un  Orden, y el Orden establecía que los más débiles en aquel abrazo eran los humanos de la Aldea.

-      Ese pacto continúa vigente: nosotros no invadimos su territorio y ellos no bajan al valle. Nosotros no hemos roto el Pacto, así que… ¿por qué se mostrarían agresivos, sin haberlos provocados? Seguramente hallaremos otra explicación a la muerte y tortura del animalito…

Y con eso y poco más, Edward Walker terminó la clase por aquel día. Sin embargo, a pesar de haber verificado que las enseñanzas seguían vigentes (muy vigentes, a juzgar por el terror de algunos niños) había algo que lo inquietaba profundamente en el asunto del animal muerto, desollado y expuesto donde todos pudieran verlo.

… ¿Quién lo hizo…?

Pensativo, se dirigió al salón donde tendría lugar la reunión del Consejo de Mayores.

Los Viejos discutían sin mayor preocupación asuntos menores: en ese momento se votaba el “Vuelo de los pájaros”, una Festival de danza para los más pequeños. Walker se hallada distraído, sumido en sus propios pensamientos, cuando la voz del edecán lo sacó de su abstracción:

-      Un joven solicita Audiencia con los Mayores.

No era un pedido totalmente inusual, pero era algo extraño y a Walker le corrió un escalofrío de anticipación. Presidía en ese momento August Nicholson, que simplemente dijo:

-      Que comparezca.

Y entonces entró Lucius Hunt, tímidamente, con unos papeles arrugados en las manos y para sorpresa total de su madre, Alice Hunt.
Lucius leyó todos los papeles con su pedido cabal, torpemente pero sin interrupción, y terminó con un inocente y lapidario “Fin”.

Todo el Consejo lo observaba en silencio, hasta que Nicholson, apelando a su sangre fría lo despidió diciendo con voz neutral:

-      Gracias, Lucius. Tu petición será evaluada por el Consejo y se te  informará lo decido dentro de dos días. Puedes retirarte.

Lucius dio humildemente las gracias y salió del salón. Las puertas crujieron espantosamente al cerrarse, sobre todo por el silencio mortal que reinaba en el enorme salón. Podría decirse que algunos, como Alice Hunt, estaban conteniendo la respiración.

El debate que siguió tuvo todas las aristas posibles: desde la oposición más férrea (sobre todo de su madre), hasta el planteo (largamente postergado) de modificar algunos de los conceptos primitivos, pasando por la postura a favor del miembro más joven y el silencio absoluto de Edward Walker.
Al cabo de varios minutos de acalorada discusión, Nicholson le preguntó qué opinaba.
Pensativo, como si estuviera viendo un futuro más allá de la situación actual y sus implicancias, Edward Walker dijo secamente:

-      Hicimos un juramento al venir, y entiendo que sigue vigente. Mi opinión es que el juramento debe respetarse. Nadie saldrá de la Aldea. Jamás. Lucius Hunt dice que lo afectan la muerte de tu hijo, y que tal vez haya  medicinas que podrían haberlo salvado, o devolverle la calma a Noah Percy, y que tal vez consiga otras cosas que nos pongan al tanto de lo que pasa con el mundo exterior. El mundo exterior fue lo nos hizo refugiarnos aquí,  espantados, y hemos mantenido la Aldea apartada con mucho esfuerzo y sacrificio. Y además, ¿podemos descartar las bestias del bosque?  ¿Realmente podemos? ¿Quién desolló el perro y lo instaló, lo colocó específicamente, en la entrada de la escuela? ¿Realmente sabemos qué pasa tras los límites de los Postes Amarillos? ¿Sabemos que nada va a atacar a Lucius y a desollarlo?

Alice Hunt se puso de pie. La voz y el cuerpo le temblaban ostensiblemente:

-      Nadie saldrá de la Aldea. Mucho menos Lucius Hunt. Aunque tenga que atarlo a su cama.

Al día siguiente, otro animal apareció en el lugar de las hamacas, desollado, semicubierto de insectos y con el cuello completamente dado vuelta. Tres vértebras habían perforado la piel y aparecían en toda su espantosa postura antinatural.


Lucius Hunt  comenzó a prepararse para cruzar los Postes Amarillos que señalaban el comienzo del Bosque, al margen de la decisión que tomara el Consejo.


domingo, 13 de agosto de 2017

Cap. 4: La criatura del bosque



Sobre todo le encantaban su enorme cuerpo y sus garras. Sus garras eran larguísimas, afiladas, duras. Las había probado contra la carne animal y eran un arma mortífera y tremendamente precisa: sus dedos eran hábiles y cada uña formidable respondía a sus órdenes como una herramienta especialmente diseñada. En realidad, eso es lo que eran: herramientas diseñadas para cortar, desgarrar, perforar. Y usadas en conjunto, un zarpazo en general bastaba para ser mortal.

La Criatura no sabía exactamente qué cosa era un Pacto. Simplemente, desde que su rudimentaria mente recordara, se le habían prohibido determinadas cosas: había lugares donde no debía ir y había otras criaturas que no debían ser molestadas. Ocasionalmente había visto a esos Otros y en su elemental memoria guardaba el recuerdo de haber estado muy cerca de ellos una vez. 

Pero todo se volvía dolorosamente confuso cuando lo pensaba,  y lo abandonaba de inmediato. Molestadas era otro término que no significaba demasiado para él. ¿Qué cosas molestarían a las criaturas del valle, las que no vivían en el bosque?
Que las maten, seguro. Que las lastimen. Pero…observarlas escondido no debería molestarlas. Según sabía, su gente había hecho incursiones a la aldea de los otros, y eso implicaba ver y ser visto. Los otros despertaban la curiosidad de la criatura, aunque no podía determinar por qué: al fin y al cabo no podían ser comidas.

Los cachorros de la aldea, sobre todo, no debieron incluirse en el Pacto. Se los veía tan jugosos, tan tiernos…

La Criatura tuvo un estremecimiento de placer, y sintió que se erizaban las púas de su espalda. Al mismo tiempo sintió un remordimiento. Seguramente este tipo de pensamientos eran los que llevaban a los actos prohibidos.
Pero es que no eran pensamientos. Tal vez lo fueran si no estuviera usando la Capa. Pero cuando usaba la Capa Roja, entonces era un ser mucho más antiguo que él mismo, y ya no pensaba: una especie de bruma del mismo color de la Capa lo envolvía por fuera y por dentro, y sentía cómo sus instintos adormilados volvían a emerger. Los Otros lo atraían, y no sólo como comida. Algunas veces se había acercado lo bastante al límite del bosque como para observarlos, y desearlos. Ansiaba hundir sus garras en esa carne tibia y tierna, y tan pequeña comparada con su descomunal tamaño; despedazarlos lentamente con sus curvos colmillos parecidos a los de un jabalí; lamerles las entrañas palpitantes, y por fin morder y tragar…

Y tal vez, sólo tal vez, explorarlo un poco en otros sentidos…

Con un gruñido alto, la Criatura se golpeó a propósito la cabeza contra el árbol en que se ocultaba. Aguardó un segundo y luego cabeceó otras  tres veces la dura corteza, hasta quedar atontado y desprovisto de deseos. Ahora sentía un latido doloroso en el área que se había golpeado, pero su retorcida mente comenzaba a aclararse. La bruma roja se había dispersado un poco. Manaba sangre de la herida, pero el momento de angustia había pasado.

Más calmado, se puso a reflexionar sobre los habitantes de la Aldea, sin suponer que era el único ser en todo el bosque que lo hacía. Nunca le había tocado participar en el castigo a algún aldeano que hubiera traspuesto los límites, de modo que ignoraba en qué consistía el castigo. Probablemente la muerte y la tortura, pero…

...¿sería posible comerlo…?

Ahora su mente funcionaba en su mayor brillantez:

…¿Y si pudiera atraerse a uno de los Otros, obligarlo a romper el Pacto…y castigarlo debidamente?


Castigarlo en todas sus formas, claro está.



martes, 8 de agosto de 2017

Cap. 3: Lucius Hunt



La Aldea sabe de secretos. Podría decirse que fue fundada a base de secretos  y del juramento de guardar esos secretos. Algunos los conocen sólo los Mayores. Otros son secretos personales que cada uno de los Fundadores ni siquiera ha compartido con sus pares. Muchos secretos fueron traídos de afuera, y en general pertenecen a los más grandes.
Pero, con el tiempo, inexorablemente la Aldea ha generado  sus propios secretos, y también los guarda celosamente.

Algunos son inevitables o inocentes :Kitty Walker, la hermana mayor de Ivy, está perdidamente enamorada de Lucius Hunt, el herrero, quien a su vez está perdidamente enamorado de Ivy; Marie Talbot tiene una reserva de su mejor chocolate que no comparte con nadie, y cada noche come una enorme cantidad mientras teje o borda…

Otros secretos son dolorosos y están ocurriendo ahora mismo: August Nicholson (el padre del recientemente fallecido Daniel) no puede dormir si no bebe largamente un whisky barato y áspero del que trajo algunas botelllas al venir, de otra época, por si acaso, y al que nunca había necesitado recurrir hasta ahora…

Y también existen otros secretos ya antiguos, más oscuros, cosas que se suponen no debían haber entrado en el Refugio, que debieron permanecer afuera igual que los Innombrables: la Aldea tiene, como se habrá notado, el propósito de mantenerse inocente, de no contaminarse con los vicios y maldades de las ciudades, de rescatar valores que en otros lugares simplemente ya no existen ni existirán nunca más. Todos los niños, tanto los que vinieron siendo bebés en el éxodo como los que nacieron aquí, han sido educados bajo esos preceptos de inocencia, respeto, verdad, solidaridad y, sobre todo, no violencia. Hasta las inevitables peleas de los más chicos acaban con la intervención y consejos  por parte de alguno un poco mayor y un apretón de manos entre los menores.

Pero el aprendizaje toma tiempo, y los niños, sea cual sea el mundo al que deben adaptarse, traen consigo cierta crueldad no adquirida, cierta capacidad evolutiva de la especie, de identificar o evaluar inmediatamente al más fuerte o menos fuerte que ellos mismos. Y la curiosidad innata por probar los límites, constantemente. Por desafiarlos y desafiarse, por ser valiente antes que cualquier otra virtud o mandato que más adelante adquirirán, o no.

Lucius Hunt siempre fue un niño curioso, y valiente. Y, al contrario del adusto hombre que es ahora y que jamás sonríe, era alegre, travieso, disfrutaba de estar en grupos y, por supuesto, de ser el líder natural con sus escasos siete años. Había un niño retraído, Noah Percy, dos años menor que Lucius,  que siempre llamó la atención de éste porque era notablemente inteligente, sólo que algo lento. No tenía ninguna deficiencia (ningún ángel o demonio, nada lo había tocado aún), y Noah era un chico normal al que sólo había que tratar con algo de paciencia, y tolerar su tartamudeo ocasional y su delgadez extrema, y su torpeza general. Además, se destacaba por su velocidad para correr y eso lo hacía bueno para algunos juegos. Pero a veces era tratado con excesivo cuidado.

Lucius, a los siete años,  estaba seguro de que ése era el error: consentirlo demasiado era lo que no dejaba que Noah aprendiera de sus errores y probara su propia fuerza. “Su propia valentía”, según el pequeño Lucius, que a esa edad medía todo en base al valor: en una edad que se teme a casi todo, pero en la que también se disfruta de un mundo lleno de misterios y de la excitación del miedo. Algunos temores pueden superarse y entonces se aprenden cosas y se fortalece la confianza. Otros no se superan totalmente y entonces quedan en el misterio y la aventura, y luego se relatan con voz apropiada, alguna noche de lluvia, a un grupo de amigos que prefiere siempre el misterio a la explicación.

De manera que las aventuras riesgosas eran ganancia completa, siempre, en uno u otro sentido. Esa era la filosofía de Lucius Hunt a los siete años, y podría decirse que continúa siéndola ahora que era un adulto.

Pero Lucius también tiene su propio secreto oscuro, algo que nunca revelará y que aún lo corroe por dentro. Y quizás sea ese secreto el motivo de que ahora él mismo sea tan retraído y jamás sonría.

Poco a poco, los niños se hicieron más amigos, y Noah Percy aprendió a confiar en Lucius, y a seguirlo en algunas aventuras menores. En el borde mismo del bosque de Covington se hallaba una enorme roca que llamaban La piedra del descanso. Pocos iban allí solos: a pesar del nombre relajante, la cercanía con una parte especialmente densa del bosque ponía nerviosa a la mayoría. Pero tenía una base que servía muy bien como asiento, casi lisa, y que parecía tallada para ese propósito. A veces, sobre todo los más chicos, iban en grupo, un poco  a escalar la roca y un poco a sentir la adrenalina de estar tan cerca de un límite prohibido. A tratar de ver algo.
Noah y Lucius iban de vez en cuando a la Piedra del descanso. Cada visita, a pesar del nerviosismo que iba apoderándose de Noah, Lucius procuraba permanecer más tiempo. Trepaba la roca y observaba hacia el bosque, trataba de que sus ojos penetraran entre el denso follaje; permanecían ambos en silencio, tratando de percibir algún sonido, Noah sentado abajo y Lucius unos metros más arriba. Una vez, cuando ya caía la tarde y las sombras de los árboles se habían hecho muy largas, Lucius arrojó una gran piedra hacia el bosque, que provocó un escándalo entre el follaje removido y las aves espantadas: Noah se puso tan pálido que parecía a punto de desmayarse y casi salió corriendo, si el temblor de sus piernas no se lo hubiera impedido.

Se suponía que los Innombrables respondían a los sonidos con otros similares, y que si lo interpretaban como una amenaza podían incluso verse compelidos a atacar. Pero nada de eso ocurrió aquella vez: ninguna piedra fue arrojada desde el bosque, ningún sonido extraño se produjo, nada se movió de forma especial. Los niños permanecieron quietos y expectantes durante varios minutos, y al final Lucius descendió hasta la base, donde Noah había permanecido sentado, temblando incontrolablemente desde que su amigo arrojara la piedra.

- Creo que los Mayores exageran. Los Innombrables no pueden vigilar cada parte de bosque permanentemente, ni pueden reaccionar tan velozmente como dicen.
       
Sin mirar a Noah, agregó como al descuido:

-  Tal vez no haya nada más allá. Tal vez ya se marcharon, o murieron todos, o tal vez no les importe si investigamos un poco…

Ahora miró a Noah directamente a los ojos: Noah tardó un largo momento en advertir la propuesta detrás de las palabras de Lucius.

-   ¿Qué investiguemos?
-  Un poco, ya sabes, no más de…
-  ¿Tú y yo?
-  Por supuesto, tú y yo, juntos, yendo a ver qué hay ahí adentro, cincuenta metros, tal vez cien…
 -  No pienso entrar nun-nunca, de ninguna manera.
 -  Corres muy rápido, Noah. Nadie puede ganarte una carrera. Sólo digo que miremos un poco adentro: si pasa algo, por menor que sea, saldremos corriendo. No haremos ningún ruido ni llevaremos luces.
 -  ¿Quieres decir… de noche? – Noah parecía aterrorizado, pero Lucius también advirtió algo en los ojos del chico: excitación, codicia. Lo que fuera. El pusilánime y tímido Noah Percy ardía en deseos de entrar de noche en el bosque. Sólo le faltaba un pequeño empujón.
 - Obviamente entraremos de noche, y obviamente no se lo diremos a nadie. ¿Quieres que nos encierren en el Cuarto de Castigo? Sólo cuando lo hayamos hecho y tengamos alguna prueba, se lo contaremos en secreto a algunos. Pero eso será dentro de mucho tiempo. Mientras tanto será nuestro secreto y debemos jurar mantenerlo.

De manera que la propuesta fue formulada y si bien Noah no dijo nada inmediatamente, su silencio sólo podía significar que la evaluaría, que ya la estaba evaluando.
Lucius ni siquiera mencionó el bosque durante los días siguientes, incluso evitó a Noah todo lo que pudo. A los seis días Noah esperó a que Lucius estuviera solo y se acercó sigilosamente.

 - ¿Y cuándo lo haremos? – le preguntó decididamente.

Y entonces Lucius le soltó el plan que había estado ideando.

- Esta noche lo haremos. Debes escapar de tu casa una vez que estén todos dormidos. Yo esperaré a que mi madre se duerma y después saldré. Nos encontremos en la Piedra. El que llegue primero esperará al otro hasta las dos de la mañana. Cuida que nadie te vea. Si no vienes hasta esa hora, lo entenderé y entraré yo solo.

Noah no había esperado que sucediera esa misma noche, pero ya no  había posibilidad de echarse atrás. Sobre todo le molestó el “lo entenderé” de Lucius. ¿Qué entendería? ¿Que era un cobarde? Noah sabía que aún no era totalmente aceptado por el grupo, y la deferencia de Lucius al incluirlo en los juegos y de distinguirlo con esta aventura era su oportunidad de sentirse normal por fin. Incluso más que eso: cuando finalmente lo contaran, serían una especie de héroes para los demás. Tal vez hasta Ivy Walker, la pequeña ciega, se interesara un poco más por Noah…

- Muy bien – dijo -. Allí estaré.
-  Hecho.

El primer secreto de Lucius en esta historia es que para él no sería la primera vez que entraba al bosque. Un poco antes de la propuesta a Noah, Lucius ya había traspasado los límites. Entró justo antes de la noche y permaneció un rato yendo de un lado a otro, hasta que la oscuridad lo rodeó por completo.
Como esperaba, nada extraño ocurrió. Y el resto del plan para embarcar a Noah sucedió tal como lo había previsto.
La verdadera aventura sería para Noah, y tal vez se convertiría por fin en el guerrero que Lucius veía en él, o por lo menos, con seguridad, dejaría de ser tan frágil y cobarde. Sólo tenía que pasar la prueba de esa noche.

Lucius tuvo que esperar pacientemente para fugarse, porque Alice Hunt se acostaba normalmente temprano y se dormía enseguida, pero esa noche en particular, Lucius la escuchaba pasar las hojas del libro que leía su madre hasta bastante más tarde de lo habitual. Incluso lo había mirado de forma especial durante la cena o al menos eso le pareció. ¿Percibiría algo? ¿Le diría algo su instinto? Alice no le hizo ninguna pregunta pero habló de los rumores de un peligroso juego que estaban llevando a cabo algunos muchachos, donde se exponían permaneciendo largo rato al borde del bosque. Su madre condenó el juego y dijo que los niños con seguridad serían castigados severamente por su desobediencia.

Lucius Hunt pudo imaginar lo que opinaría su madre de los niños que no sólo se acercaran al borde, sino que lo cruzaran y penetraran mucho más adentro. Y permanecieran un largo rato, buscando, investigando

Por fin la escuchó apagar la lámpara y al rato percibió el débil ronquido de su madre. Lucius sabía que ya no despertaría hasta el amanecer. Aguardó aún un buen rato hasta cerca de la hora convenida  y sigilosamente se evadió en silencio por la ventana de su habitación.
Sabía que el vigía debía de vez en cuando mirar hacia la aldea además del bosque. Por eso se colocó rápidamente en las sombras y fue calculando cada tramo hasta la próxima oscuridad hasta que se apartó de todas las casas, en dirección a la Piedra del Descanso.

En un determinado momento, el silencio lo invadió por completo, incluso los insectos parecieron callar al unísono: era como una señal de que había abandonado la seguridad de la aldea y que, de ahí en más, cada paso lo acercaba al peligro y al misterio, y quizás a un encuentro pavoroso con la muerte o algo peor. Una leve brisa llegó de repente desde el bosque, y Lucius creyó percibir un hedor de carroña. Casi imperceptible, el viento había traído el olor de la muerte desde el sitio al que planeaba entrar. Extrañamente, supo que estaba asustado y cada paso le costó un poco más, hasta que percibió a lo lejos, iluminada por la luna llena, la resplandeciente cara de Noah en la Piedra. Ya desde esa distancia, Lucius percibió la ansiedad y el miedo de Noah, y eso le recordó el propósito de la aventura de esa noche e hizo que sus pasos se volvieran firmes y decididos.

- ¿Alguien te vio? – le preguntó a Noah al llegar.
- No. Tuve mucho cuidado y llegué hace un largo rato. Pensé que tal vez no vendrías…
- Llegué a la hora precisa. ¿Estarás nervioso, o te comportarás como se debe?
- Estoy m-muerto de miedo y no sé cómo voy a comportarme, ¿y tú?

Lucius percibió la mueca de terror de Noah que intentó ser una sonrisa, pero sabía que su propia cara no debía estar mucho mejor, y que Noah también había percibido su temor. Era ese silencio repentino, ese olor asqueroso…
La otra vez Lucius había entrado cuando aún había luz. Ahora el bosque era un mundo completamente diferente, donde todo lo salvaje y lo inhumano se había apropiado claramente del lugar.

Nuevamente recordó el propósito final de la aventura. Incluso el temor de Noah pareció aumentar su propio valor, colocarlo en su lugar de líder de nuevo,  y consiguió una sonrisa mucho mejor que la de Noah.

- Luego de esta noche sabremos cosas, Noah. Habremos estado en lugares que nadie de la aldea ha pisado jamás, y tal vez veamos algo que cambiará nuestras vidas. Estoy asustado también, pero sabré cómo comportarme, dalo por seguro.

Noah se puso de pie, rodearon la Piedra del Descanso  y se pusieron de frente al límite.  Se miraron a los ojos como una última confirmación, y entraron al bosque.

Un grillo comenzó a cantar e inmediatamente se le unieron otros. La brisa volvió, pero esta vez sólo trajo el aroma vegetal nocturno, exacerbado. El bosque parecía recibirlos con agrado, y los muchachos dieron varios pasos más, adentrándose. Noah llevaba los ojos inmensamente abiertos y se le escapaba un débil gemido.
Lucius se lo hizo notar con una sonrisa.

- Hey, hasta ahora nos está yendo muy bien. No lo arruines.
- De a-acuerdo – dijo Noah. Su voz era un susurro inaudible a más de diez centímetros, y Lucius no pudo evitar reír. Empezaba a disfrutar de veras la aventura. Además, la luna continuaba proporcionándoles una buena iluminación y en cuanto se les acostumbraron los ojos al denso follaje, comenzaron a percibir las formas y sonidos reales del bosque: árboles, rocas, insectos. Nada fuera de lo normal.

- ¿Hacia dónde? – preguntó Lucius, cediéndole la conducción a Noah. En realidad, la decisión de Noah no tenía la menor importancia. La segunda parte del plan comenzaría enseguida.

- Hacia allá – susurró Noah señalando con la cabeza hacia la derecha. Se encontraban apenas a veinte metros dentro del bosque, por lo que Lucius comenzó a dirigirse a la derecha pero conscientemente fue llevándolos hacia adentro con cada paso. Noah pisó y quebró una rama pequeña, pero el sonido pareció estridente y ambos se detuvieron, alarmados.

- Quédate quieto – susurró Lucius. Pasaron dos minutos enteros sin moverse y entonces oyeron una réplica exacta del sonido de la rama al quebrarse. Lucius sonrió por dentro. “¿Una réplica exacta? “ Era inevitable que si esperaban lo suficiente alguna rama se quebraría. El miedo, sólo el miedo, se encargaba del resto. Lucius se sintió por completo dueño de la situación, y decidió aprovechar el momento.

¿Oíste eso? – dijo con temor fingido.
“Ellos replican los sonidos” – recitó de memoria Noah, y a Lucius casi se le escapa una carcajada. Pero era imperativo que Noah no se aterrorizara demasiado…todavía.
- O quizás simplemente se quebró una rama. Todo el tiempo deben estar quebrándose. Yo digo que sigamos.

Avanzó varios pasos, adentrándose todavía más. Noah insinuó una queja pero lo siguió:  peor era quedarse solo. Ahora Lucius enfilaba en línea recta hacia adentro del bosque, esquivando los enormes árboles o las rocas que se interponían, pero siempre hacia adentro. Las nubes cubrieron repentinamente la luna, dejándolos a oscuras, y un instante después Noah tropezó con algo, o fue empujado por algo. Cayó al suelo justo en una depresión y rodó varios metros hacia abajo, en la oscuridad más absoluta. No pudo evitar un grito, lo que lo aterrorizó aún más que el estrépito de la caída. Logró ponerse de pie. Lo siguiente que advirtió era que Lucius no estaba a su lado. Ni cerca.

¿Lucius…?  

Noah calculó que se hallaba a unos ciento cincuenta metros del límite del bosque. Podía correr incluso en la oscuridad y salir casi enseguida. O podía tropezar nuevamente y quebrarse una pierna, o podía…

Entonces le llegó, nítido, el sonido de su propia rodada y un grito que imitaba el suyo, diez metros a su izquierda.
Intentó ver a través de la oscuridad y la densa niebla que comenzaba a levantarse, pero no distinguió nada. En cambio le llegó un gruñido bajo, inhumano, todavía desde la izquierda pero más cercano…
Se obligó a correr hacia el otro lado, con el corazón alojado en la garganta y el estómago revuelto. Temblaba incontrolablemente y una rama le arañó la cara, lo que lo hizo gritar de nuevo. Pero esta vez fue un alarido de terror y, unos metros detrás, lo que lo perseguía emitió a su vez un sonido áspero, húmedo, como de una asquerosa masticación, y Noah percibió que su mente se deshacía: simplemente no elaboraba ningún pensamiento. Algo lo impulsaba a huir, a alejarse de aquello que estaba cazándolo, pero no eran pensamientos, eran impulsos de adrenalina que llenaban su cerebro con imágenes de dientes, de garras, de ojos rojos. Tropezó y cayó y ni siquiera se dio cuenta de que había comenzado a llorar cuando una nube se apartó un poco y volvió a escuchar el gruñido. Esta vez era un rugido apenas a tres metros y Noah miró y pudo ver la deformada bestia vestida de rojo que se le abalanzaba torpemente.

La luna apareció en todo su esplendor justo cuando la criatura se arrancó la cabeza a un metro de Noah.
Lo último que Noah percibió antes de perder la razón fue la cara sonriente de Lucius Hunt bajo una máscara hecha con la cabeza de un jabalí.


Lo encontraron a los dos días, demente y desnudo, entrando a la aldea desde la zona de la Piedra, cubierto de flores rojas desgarradas y frutos y ramas rojas que con los que se cubría absurdamente el cuerpo.