Y en el
medio de todo el caos, de todas las incertidumbres y los miedos, pasó lo que
tenía que pasar. Algo que se venía madurando casi desde la infancia de los dos,
impedido primero por una hermana mayor con preferencia de elección, y luego por
los hecho aberrantes que se sucedieron; sumémosle la proverbial timidez e
introspección de Lucius Hunt, y con eso tenemos más que suficiente para que el asunto pudiera quedar sepultado,
abandonado, quizás para siempre. Pero no: al final pasó lo que tenía que pasar.
Tres días
antes del que pretendía salir de la
Aldea para atravesar el bosque con o sin autorización del Consejo, Lucius se
sintió impelido a vigilar la casa de Ivy durante la madrugada. Se ubicó en el
porche, justo delante de una de las ventanas. Era una noche fría, de niebla
cerrada, y la luna apenas iluminaba desde un rincón difuso, dándole a toda la
escena una iluminación irreal. Propicia
para que pasen cosas extraordinarias. Al poco rato, escuchó crujir suavemente
las tablas del piso y abrirse la puerta en un susurro. Ivy estaba afuera, y la
luz de esa noche la hacía aún más hermosa si fuera posible. Parte de la cara
quedaba a oscuras, pero los bucles rojizos refulgían. Tenía una expresión de
seriedad en la cara, desmentida por la semisonrisa con que caminó hasta donde
se hallaba Lucius. Se sentó a su lado, e inmediatamente comenzó a hablar en voz
muy baja, sin siquiera saludar.
- - Lucius. ¿Quieres saber cómo supe que
eras tú? – no esperó ninguna respuesta - Porque algunos despiden un color muy
tenue, que puedo percibir. Mi padre también lo tiene, pero es otro color. No
voy a decirte cuál es el tuyo. Es inútil que insistas…Es impertinente que
preguntes y no dejes hablar a la gente.
Aguardó un
momento, y cómo Lucius continuaba callado, la sonrisa de Ivy aumentó. Pero
siguió hablando, fingiendo una seriedad que escondía su alegría por encontrar a
Lucius en su porche.
- - Claro
que sí, tonto: estaba durmiendo. ¿Es que no puedes preguntar nada coherente? Pero escuché ruidos y estaba casi segura de
que era tu forma de moverte. Cuando vi tu color lo confirmé: deja de preguntar,
no voy a decirte cuál es…
Al cabo de un momento
agregó:
Lucius esperó un segundo para comprobar si Ivy realmente iba a escuchar su respuesta,
o iba a seguir hablando sin parar. Como Ivy aguardaba expectante, tomó aire y
dijo en voz muy baja y lenta, en contraposición al torbellino de Ivy:
-
- Estoy en tu casa, Ivy
Walker, porque están pasando cosas extrañas y malignas, y no podía dormir
pensando que estabas en peligro.
A pesar suyo, Ivy se ruborizó y debió bajar la
cara. Dijo en un susurro de súbita timidez:
-
Hay muchos porches que
proteger – Ahora lo miró a la cara, adonde sabía que estaban los ojos de él, y
volvió a su manera desinhibida y a su tono de voz - ¿Te importo, Lucius Hunt?
¿Mucho? ¿Pero no puedes decirlo sencillamente, como yo? Porque tú sí me
importas y desde hace mucho, ¿sabes? Y me gustas… mucho también… Hay algo…un recuerdo: cuando éramos niños solías tomarme de la
mano, hasta que un día dejaste de hacerlo: a veces uno no hace justamente lo
que quiere hacer, para que nadie se de cuenta de sus sentimientos. Una vez
fingí tropezar delante tuyo, y me
dejaste caer. Así de terco y cerrado eres. Yo no tengo problemas en decir casi todo lo que siento, y a veces
importuno a la gente, pero tú eres diferente, casi no hablas y luego, una
noche, estás en mi porche, cuidándome…
Noah Percy, el joven desequilibrado, el amigo especial
de Ivy, despertó de pronto. Escuchó un momento sin moverse, y comprobó que nada
extraño sucedía. Sin embargo, se sentía intranquilo. Algo no iba bien en la
Aldea. Esperó a oír la campana del vigía advirtiendo sobre una irrupción de los
Innombrables, pero al cabo de diez minutos de absoluta calma, de durmió
nuevamente.
-
Por otro lado – siguió Ivy,
incapaz de callarse – si no decimos las cosas los demás no se enteran. Creo que
eres muy valiente al haberte ofrecido para cruzar el Bosque. Y sé que lo harás
aunque el consejo no lo apruebe. ¿Por eso estás aquí, Lucius? ¿Es tu forma de
despedirte? Si estás de acuerdo cuando regreses nos casaremos. ¿Bailarás el día
de nuestra boda, Lucius Hunt?
A pesar de la catarata de noticias y preguntas
inconexas, esta vez Lucius contestó enseguida, y fue más allá de una respuesta,
casi como una catarsis:
-
Todos me están pidiendo
siempre que hable, que diga lo que pienso. ¿Qué ganaría con eso? ¿Por qué no me
dejas guiar cuando quiero hacerlo? ¿Por qué no dejas que hable cuando pueda,
simplemente? ¿Qué ganaría contándote que
pienso en ti desde que me despierto, que a veces me cuesta hacer mi trabajo por
estar pensando en ti? ¿Cambiaría algo si dijera que estoy en tu casa,
vigilando, porque lo único que me atemoriza es que te pase algo a ti, Ivy
Walker? Puedo soportar casi todo el
resto, pero si te ocurriera algo creo que me…aniquilaría.
Ivy escuchaba en silencio, los hermosos ojos
azules muy abiertos. Casi no podía creer lo que escuchaba y el corazón le latía
con fuerza. ¿Realmente Lucius Hunt estaba dando semejante discurso? ¿Dijo que
pensaba en ella desde que se despertaba? Hizo un gesto de cerrar fuertemente la
boca, para evitar interrumpirlo.
-
Recuerdo – dijo Lucius - cuando
podía tomarte de la mano y recuerdo cuando no pude tocarte más. Me dolía
tenerte cerca y no poder… no poder… Lamento haber tenido que rechazar a tu
hermana, estuve a punto de aceptarla por gentileza, por cariño, por timidez…. Porque
creí que nunca podría decirte que te amo, Ivy Walker… Y porque es cierto que en
tres días cruzaré el bosque y tal vez no regrese nunca.
Lucius. Ahora Noah estaba seguro de que el problema
era Lucius Hunt. Algo tramaba. No confiaba en Lucius, aunque había perdido el
recuerdo de por qué, de algo qué pasó entre ellos cuando eran chicos, algo que
lastimó a Noah. Pero no confiaba en Lucius y Lucius estaba tramando algo que lo
lastimaría nuevamente. Se paseó nervioso por la habitación.
Extrañamente, la locuaz Ivy Walker había perdido
el habla. Lucius Hunt la amaba y había sido capaz de decirlo. Ivy podía jurar
que nunca se había sentido así, si fuera capaz de describir cómo se sentía: era
como flotar en una nube de dicha y al mismo tiempo no poder moverse del lugar.
Era como ser testigo de algo muy frágil, como un sueño, y preguntarse si en
realidad no lo sería. Y era el temor de despertar del sueño lo que la mantenía
callada e inmóvil, hermosa como nunca, sonriente sin darse cuenta, temblando
sin notarlo.
Lucius dijo, a modo de conclusión:
-
Y sí, bailaré el día de nuestra
boda, Ivy Walker.
El cielo se oscureció de pronto, pero ambos
sabían que nunca estaba más oscuro que antes de amanecer. Lucius la tomó
delicadamente de la cara, sin hacer ningún esfuerzo por acercarla a él. A Ivy
le pareció que el tiempo se detenía. Ahora podía sentir también el corazón de
él: palpitaba en su mano. Estuvieron así un rato, como si el tiempo se hubiera
detenido, hasta que muy lentamente sus cabezas se acercaron y sus labios se
encontraron. Fue un beso muy dulce y largo, tanto, que cuando se separaron un
insidioso rayo de sol ya intentaba obcecadamente abrirse paso a través de la
niebla.
Al día siguiente, por la tarde, antes de la hora
en que debían comparecer ante el Consejo, lo primero que hizo Ivy fue contárselo
a Kitty, su hermana mayor rechazada por Lucuis. Y no sólo contarle sino
asegurarle que sin la bendición de su hermana, no aceptaría a Lucius por mucho
que sufriera; que un amor no debe alimentarse del dolor de otro amor, y ella
amaba a su hermana. Pero Kitty no sólo le dio su bendición sino que le deseó
que fuera tan feliz como ella era ahora, que finalmente se había casado con
Finton Coin. Ambas lloraron de alegría, mientras en el Consejo se llevaba a
cabo el interrogatorio para ver si alguien, cualquiera, podía aportar datos que
aclararan los sucesos de los últimos tiempos. Ivy y Kitty también debían
comparecer ese día, e inexplicablemente el rumor de su romance con Lucius ya
circulaba, velozmente. Tal vez fuera la simple intuición de la gente; tal vez
un desvelado los había visto en el porche. Tal vez al ver salir a Ivy de su
casa, su cara lo decía todo.
Ivy no podía verlo, pero Kitty se lo comentó:
-
Te miran como si en lugar
de ir a declarar al Consejo fueras a la Iglesia a casarte. ¿Dices que soy la
primera en enterarme? Pues te aseguro, hermanita, que por la forma en que te sonríen
los que pasan ya toda la Aldea está al tanto. Y se alegran por ustedes.
A Ivy se le llenaron los ojos de lágrimas,
mientras caminaba muy lentamente del brazo de Kitty. De repente el
interrogatorio, los animales desollados, los Innombrables…todo parecía lejano y sólo la dicha la hacía erguirse
como si un viento cálido la llenara y hasta amenazara con hacerla salir
volando.
Regresa pronto, Lucius…No puedo evitar que te vayas,
que cumplas tu Destino, pero vuelve rápido a mí. Ya no sé… no sé cómo estar sin
ti…
La señora Talbot, la que engullía su mejor
chocolate a solas, por las noches, se les acercó con un paquete:
-
Niñas, les traigo un
chocolate que guardo para ocasiones especiales. No es que ésta sea una ocasión
especial – miró interrogativa y alternativamente a Kitty y a Ivy. Ambas
sonreían, pero no dijeron nada -, digo, nunca se sabe cuándo un día se
convertirá en una ocasión especial. Pero quiero que lo prueben hoy y me digan
lo que opinan, ¿vale?
-
Lo haremos, Marie – dijo
Ivy con una gran sonrisa – y seguramente tu chocolate convertirá el día en
especial. ¡Gracias!
Las hermanas siguieron caminando muy lentamente,
y Marie Talbot sonrió porque el rumor era absolutamente cierto: Ivy refulgía de
alegría.
En ese momento, Noah Percy encontró la puerta del
taller de Lucius abierta y entró decididamente. Lucius advirtió el nerviosismo
de Noah y supo inmediatamente de qué se trataba: Noah se había enterado de su
romance con Ivy. Cometió el error de darle la espalda un segundo y cuando giró,
para hablarle como a un hermano menor, sintió el ardor en el estómago del gran
puñal que Noah había hundido hasta el mango.
Cayó, y Noah volvió a apuñalarlo a la altura del pecho.